Los
viajes zarandearon la vida escolar de Carlos Pellicer, desde la primaria. Nació
el 16 de enero de 1897 en San Juan Bautista (hoy Villahermosa), Tabasco, donde
su padre se graduó en farmacia. Interrumpió sus primeros estudios cuando la
familia se fue a vivir a la ciudad de México en 1908, por la compra de una
botica. Los continuó con
los
jesuitas del Instituto Científico San Francisco de Borja, gracias a una beca
sostenida con buenas calificaciones.
Vivían en Seminario 1, junto al Sagrario
de la Catedral, y el poeta decía haber visto de lejos la insurrección y muerte
de Bernardo Reyes el 9 de febrero de 1913. Ese año terrible, el padre cierra la
farmacia y toma las armas con el Ejército Constitucionalista, donde llega a
teniente coronel farmacéutico del cuerpo médico militar, bajo el mando del
general Álvaro Obregón (cuyo famoso brazo amputado en la batalla de Celaya
preparó para ser conservado, finalmente, como reliquia histórica en el
Monumento a Obregón). La madre se lleva los niños a Jalapa, Mérida, Campeche y,
de nuevo, a México; a donde vuelve finalmente el padre, y vivirán el resto de
su vida. Estudia otra vez con los jesuitas y entra a la Escuela Nacional
Preparatoria en 1915.
La Preparatoria estaba en un gran momento.
En ese año definitorio, se manifiesta la Generación de 1915 (de donde saldrían
cinco de los llamados Siete Sabios), que propone una acción cívica, puramente
universitaria, frente al desastre de la guerra civil. En un ensayo titulado
1915, Manuel Gómez Morin, uno de los Siete, recuerda cómo "Del caos de
aquel año nació un nuevo México, una idea nueva de México y un nuevo valor de
la inteligencia en la vida". Frente al desquiciamiento político (los
revolucionarios que se alzaron contra el cuartelazo de 1913 luchaban entre sí),
la nueva generación soñaba (como antes Justo Sierra) con la creación de un
México nuevo, que diera voz y poder al espíritu. En la Preparatoria, concebida
por los positivistas como un almácigo de cuadros para la tecnocracia
porfirista, había quedado la conciencia de que los hombres del saber debían
subir a hacer cosas grandes. Muchos llegaron al poder, como sus maestros (la
Generación del Ateneo).
El joven Pellicer fue muy bien recibido.
Colaboró en las revistas El Duque Job, El Estudiante, Gladios, San-Ev-Ank. Leía
sus poemas al maestro Antonio Caso, que los escuchaba con paciencia y valor
civil: le decía que estaban mal. El aprendiz se esforzaba: durante varios meses
de 1915, se obligó a escribir un soneto diario. Su voz, su atuendo, su
personalidad, llamaban mucho la atención al declamar, al hacer discursos. En
1917, según el testimonio de Salvador Novo, salió "casi en hombros"
de una lectura de poemas en el Anfiteatro de la Preparatoria. Empezó su carrera
pública con tal ímpetu que de hecho abandonó los estudios formales.
En 1918, fue enviado por el gobierno de
Venustiano Carranza como líder estudiantil de la Federación de Estudiantes
Mexicanos a Colombia y Venezuela, para apoyar la formación de organismos
similares, que luego se integraran en una confederación. Fue un viaje decisivo
para su vocación, empezando por las seis semanas que pasa en Nueva York, antes
de embarcarse. El futuro museógrafo descubre el Metropolitan y otros museos,
cuyos tesoros visita diariamente. El joven poeta es bien recibido por tres
glorias del modernismo: Amado Nervo (que esperaba otro barco, a Montevideo,
donde moriría el año siguiente), Salvador Díaz Mirón (desterrado en La Habana,
por donde pasa el barco del joven poeta) y, sobre todo, José Juan Tablada, que
lo toma bajo su protección en Nueva York, y después en Bogotá y Caracas, donde
coinciden, uno como segundo secretario y otro como agregado estudiantil de la
embajada mexicana. De ese par de años queda un centenar de cartas cariñosas,
informativas y devotas a sus padres y a su hermano (Correo familiar 1918-1920,
Factoría Ediciones, 1998, edición de Serge I. Zaïtzeff) del joven triunfador
que va a misa y comulga casi todos los días, hace amigos por todas partes, se
siente hispanoamericano y seguidor de Bolívar, promueve con éxito la Federación
de Estudiantes de Colombia, fracasa en Venezuela por la dictadura de Juan
Vicente Gómez, da conferencias, declama, escribe sin parar y trata inútilmente
de completar su preparatoria, a los 22 años. (Nunca la terminó.)
Para su buena suerte, José Juan Tablada
estaba en su mejor momento: el salto del modernismo a la vanguardia. Fue
precisamente en Caracas y por entonces cuando Tablada publicó Un día... Poemas
sintéticos (1918) y Li-po y otros poemas (1920). Hay un salto paralelo de
Pellicer, siguiendo a Tablada. Hasta 1918, el joven Pellicer era un poeta
fósil, que imitaba a los modernistas como José Santos Chocano (1875-1934), el
Walt Whitman peruano, que anduvo con Pancho Villa, se volvió el poeta de la Revolución
triunfante y reunía multitudes en la Preparatoria ("Soy el cantor de
América autóctona y salvaje"). Pero en 1919, en Colombia, entre la serie
titulada "Recuerdos de los Andes" (incorporada a Colores en el mar y
otros poemas, 1920), aparece un poema que rompe con todo lo que había hecho:
"Recuerdos de Iza", armado como una serie de fragmentos numerados,
entre otros el conocido
7
Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas.
El pareado con rima consonante de versos
de diferente longitud, tan común en Pellicer (y poco frecuente en la poesía
mexicana), venía del modernismo, pero aquí está al servicio de una ironía nada
modernista. Así empieza el poeta vanguardista que, un año después, al pasar por
Curazao, de regreso a México, escribe su primer poema de antología:
ESTUDIO
Jugaré con las casas de Curazao,
pondré el mar a la izquierda
y haré más puentes movedizos.
¡Lo que diga el poeta!
Estamos en Holanda y en América
y es una isla de juguetería,
con decretos de reina
y ventanas y puertas de alegría.
Con las cuerdas de la lira
y los pañuelos del viaje,
haremos velas para los botes
que no van a ninguna parte.
La casa de gobierno es demasiado pequeña
para una familia holandesa.
Por la tarde vendrá Claude Monet
a comer cosas azules y eléctricas.
Y por esa callejuela sospechosa
haremos pasar la ronda de Rembrandt.
...pásame el puerto de Curazao!
isla de juguetería,
con decretos de reina
y ventanas y puertas de alegría.
Quizá porque Pellicer llegó a la
vanguardia siguiendo a un modernista, nunca sintió la necesidad de romper con
el modernismo. Quizá porque su padre tomó las armas con Obregón, su transición
política también fue tranquila. Hay una carta de Pellicer a su "Papacito
adorado" (Caracas, 8-VI-1920), donde se declara "triste, inmensamente
triste con el asesinato del insigne Carranza" "que tan cobardemente
asesinó tu general Obregón". "Todo el mundo le echa la culpa a tu ex
jefe, que, si no lo matan, será presidente dentro de seis meses". Poco
después le llega el cese, vuelve a México y aprovecha el Día de la Raza para
apedrear la embajada de Venezuela y hacer un discurso contra la persecución de
estudiantes en Caracas. El discurso llama la atención de José Vasconcelos, que
ese mismo día también hizo un discurso contra el dictador venezolano.
Vasconcelos era rector de la Universidad, desde donde promovía ante el general
Obregón la restauración de la Secretaría de Educación Pública, suprimida en la
Constitución de 1917 (artículo transitorio 14). Ya tenía en su equipo a varios
compañeros de Pellicer, y lo manda llamar. Pellicer se incorpora como
secretario de Vasconcelos, militante alfabetizador, colaborador de la revista
El Maestro y compañero de viajes, con entusiasmo (a diferencia del atormentado
Ramón López Velarde, que también se incorpora, pero se deprime mortalmente por
haber aceptado y muere poco después).
Como secretario de Educación, Vasconcelos
trataba al presidente Obregón con cierta soberanía, como si fuera otro
presidente, el de la república platónica; como si hubiera realizado los sueños
de Justo Sierra frente a Porfirio Díaz: crear un poder espiritual. (Sierra, que
fue el modelo de Vasconcelos y de Pedro Henríquez Ureña, era subsecretario de
Instrucción Pública en la Secretaría de Estado y del Despacho de Justicia e
Instrucción Pública, cuando convenció al general Díaz de crear una secretaría
aparte de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905, de la cual se hizo
cargo.) Vasconcelos obtuvo de Obregón un presupuesto nunca visto para la
educación, las bibliotecas y las publicaciones, y hasta creyó que, finalmente,
le dejaría la presidencia.
Pellicer acompaña a Vasconcelos por
América del Sur (1921), donde confirma su fe bolivariana, amplía sus amistades
literarias y vuela con los pilotos mexicanos que hacen acrobacias de homenaje.
Entusiasmado por la aviación, inicia estudios de ingeniería mecánica en la
ESIME (1923), pero los abandona. Sus grandes vuelos fueron poéticos. Varios
años antes de que Antoine de Saint-Exupéry exaltara la experiencia del vuelo en
una serie de novelas (empezando por Courrier Sud, 1929), Pellicer lo hizo en
una serie de "Poemas aéreos" (incluidos en la "Suite
brasilera" de Piedra de sacrificios, 1924):
PRIMERA VEZ
Desde el avión,
vi hacer piruetas a Río de Janeiro
arriesgando el porvenir de sus puestas de
sol.
Se ponía de cabeza
sin derramar su bahía.
Y en la lotería de sus isletas
ganaba y perdía.
El cielo se llenaba de automóviles
y de sombra a las 12 del día.
El Pâo de Açúcar era un espantapájaros
soberbio, de lógica y fantasía.
Las palmeras desnudas
andaban de compras por la Rúa D'Ouvidor.
De pronto la ciudad
entró en espiral
junto con el avión,
lo mismo que 300 kilates de diamantes
en el embudo de un buen corazón.
Al bajar,
tenía yo los ojos azules
y agua de mar dentro del corazón.
Unos años después, el nuevo secretario de Educación, José Manuel Puig Casauranc, le da una beca para conocer Europa (1926-1929), después de que el filósofo argentino José Ingenieros, de visita en México, le regala un boleto de ida y vuelta a París. A su vez, Vasconcelos, enemistado con Plutarco Elías Calles (al que Obregón dejó la presidencia) y de viaje por Europa, lo invita a recorrer Italia y el cercano Oriente.
Los grandes aprendizajes de Pellicer los
hizo de viaje con grandes maestros, sobre todo Tablada y Vasconcelos. -
Tomado de: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/los-anos-de-aprendizaje-de-carlos-pellicer
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